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miércoles, 12 de mayo de 2010

QUADROPHENIA XVIII - El Jim Morrison del 4ºB

La historia que hoy vengo a contar me sucedió hace ya bastantes meses, no llega a cumplir el año. Era a últimos de Agosto, diría que ya habíamos entrado en Septiembre y por entonces me encontraba solo en casa, esperando a que, la que por entonces era mi novia, viniera a casa unos días.

Por la tarde, con la comida bajando, me dispuse a servirme un gintonic y empezar a escribir algo que me rondaba por la cabeza. Seleccioné algunos vinilos de la estantería y coloqué el primero en el tocadiscos; un recopilatorio de los Fleetwood Mac. Las ideas fluían, así como la ginebra mezclada con la tónica fluían por mi garganta. Aquel momento reposado… fue interrumpido por un ruido exterior, debajo, en una plazoleta cercana en la calle donde, me ha tocado vivir. Un grupo de latinoamericanos pasaban la tarde bebiendo cerveza y tocando la guitarra, no era raro, solían hacerlo y a mi francamente no me molestaban, por lo que seguí a lo mío.

The Chain, Go Your Own Way, Gypsy o As Long as for You... giraban y “crujían” en los altavoces. Que bien se estaba poniendo la tarde y más sabiendo lo que me esperaría días después, ¡que sensación tan gratificante!

Terminado parte del texto, finalizado el LP y vacío el vaso… volví a empezar. Esta vez la aguja acariciaba los surcos del Live at Fillmore East de los Allman Bros, rellené el vaso con ginebra y tónica para continuar apreciando aquella tarde frente a la hoja de texto del Word. Statesboro Blues era (y es) un comienzo brutal y Stormy Monday sabía mejor con cada sorbo de gintonic. ¡¿Por qué te llevaste a Duane Allman?!

En Fin…

Una llamada al móvil me saca del océano tan interesante donde tan placenteramente me zambullí al comienzo de la tarde. El emisor de la llamada ahora no tiene porque cobrar protagonismo, ni recuerdo quien era, ¿publicidad? ¿Algún mensaje de texto sin importancia? ¿Con importancia? Da igual, tras dejar el teléfono sobre la cama lo miré pensativo, volví a cogerlo y para evitar más subidas a la superficie, lo silencié. Que llamen…

You Don’t Love no se me estaba haciendo larga, sus casi veinte minutos de duración eran todo un placer, luego vendría Whipping Post con sus veintitrés minutos y poco, sin olvidar Hot ‘Lanta o In Memory of Elizabeth Reed… ¡como me enorgullezco de tener ese disco en mi estantería!

Los hielos del gintonic chocaban entre sí y con el cristal del vaso emitiendo un grácil tintineo. Aun tenía media copa por terminar, tranquilamente, no había prisa alguna, pues el texto en el que estaba trabajando prácticamente se escribía solo e iba como un tiro. No solo rápido, sino con fuego porque amigos, no hay que dar con fuerza, sino donde más duele.

Me recliné en la silla, cerré los ojos mirando hacia arriba y dejé que el alcohol que me embriagaba hiciera el resto mientras los últimos punteos de You Don’t Love Me arropaban mi ser con las ondas sonoras.

La aguja se levantó… últimos giros del disco por la inercia y silencio… ahora había silencio. Ya no se escuchaban los cantos ni ruidos de la calle, hacía un rato que terminé el texto y el vaso que unos minutos antes contenía el último gintonic, ahora permanecía impasible en la mesa, con gotas creadas por la condensación que escurrían hacia abajo formando un círculo acuoso alrededor. Desenfundé el tercer LP de la tarde, ya casi noche, Morrison Hotel de The Doors, cuidadosa mente le pasé una gamuza para quitarle el posible polvo que tuviera y lo coloqué en el plato.

Mientras sonaban los guitarrazos de Robby Krieger comenzando Roadhouse Blues abrí la carpeta y contemplé la foto del grupo en el interior. Sin previo aviso, un sonoro golpe me despertó del trance. Venía de la escalera así que me dirijo hacia la puerta de casa y de pronto, otro golpe, esta vez más fuerte seguido de otros más pequeños. Algo había caído por la escalera, algo… ¡o alguien!

Roadhouse Blues seguía sonando en el tocadiscos cuando abrí la puerta, aquella canción sirvió de fondo o banda sonora para la escena que me encontré.

Allí, agarrándose a duras penas al pasamanos de la escalera permanecía un tipo achaparrado, con el pelo a tazón, piel morena… unas Ray-Ban descolocadas y a punto de caerse que escondían unos ojos semi cerrados de mirada perdida. Lucía una camiseta negra ceñida marcando una prominente barriga, cinturón con una gran hebilla sujetando unos pantalones tejanos que terminaban dentro de unas botas camperas. Allí, a sus pies, la funda abierta de una guitarra y dentro, lógicamente, la guitarra. Es evidente que físicamente no guarda parecido, pero sería por el shock del momento o por la música de fondo pero me dije mentalmente… “¡El puto Jimbo latinoamericano vive en mi bloque!”

Imagínense por un momento dicha escena mientras suena Roadhouse Blues de The Doors. Esperpéntica es poco.

Aquel hombre pertenecía al grupo que se encontraban tocando la guitarra y bebiendo cerca de mi casa, debe ser que ahora regresaba a su piso y ni podía mantenerse en pie.
Le pregunté como se encontraba y no obtuve más respuesta que un balbuceo y un movimiento torpe. Espeté que tuviera un poco más de cuidado y ahora si obtuve una serie de frases que con prestando algo de atención se entendían, eso si, entre balbuceos obviamente.

-No me cuentesss novelassss… que te parto…

Me decía el pájaro mientras movía su brazo hacia atrás, pero antes de continuar con la frase se fue de espaldas contra la pared. Llega a situarse de espaldas a las escaleras y había bajado rodando las mismas. Se incorporó, agarró la funda de la guitarra, abierta, y mirándome con desprecio siguió con su viaje hacia la cuarta planta, no sin antes decirle con cierto aire bacilón.

-Eh Morrison, te llevas la funda pero te dejas la guitarra…

Pero ni caso, siguió subiendo y yo cerré la puerta. Al rato volví a oírle reptar por las escaleras para recoger su guitarra.

Aun algo aturdido por lo sucedido reparé en que la cara A del disco estaba a punto de terminar, sonaba Ship of Fools… idónea para echar el telón de aquella obra tragicómica.

Charly.-




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