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lunes, 20 de junio de 2011

Bunbury: el artista, el aprendiz, el curioso


Enrique Bunbury (Zaragoza, 1967) tomó su apellido musical, que se ha convertido ya en Bunbury a secas, de una joven amiga norteamericana. Ya desde pequeño, Enrique era especial: «Nunca me gustó el fútbol», dice, y con ocho o nueve años escribía canciones para cantar el colegio. En los 80, tras haber sido expulsado de varios centros escolares, tuvo infinidad de bandas: siempre fue un aprendiz, un incomodado, alguien que está una y otra dispuesto a empezar de cero, a cargar las maletas y el corazón con sonidos, con ritmos, con poemas, con sensaciones, con amigos. 

Javier Alvero es el autor de un documental sobre el músico: ‘Bunbury. Porque las cosas cambian’. De vez en cuando, casi como un elemento que le da unidad al conjunto, Bunbury le habla a la cámara y da pequeños apuntes de sí mismo, apuntes, recuerdos, anécdotas o reflexiones que apuntalan su autobiografía. Dice, por ejemplo, en su primera aparición: «Todos los discos acaban hablando de las cosas que realmente te tocan». Y, ya inmerso en ese viaje en el tiempo que es el documental, en ese viaje hacia el futuro, evoca sus inicios y asegura: «Yo fui un niño prodigio sin tener ningún tipo de prodigio». Paso a paso, sin acritud alguna, con la presencia amable y lúcida de Pedro Andreu y Joaquín Cardiel, se reconstruye la historia de ese fenómeno llamado Héroes del Silencio, ese grupo que desplegó un sonido espectacular, como se volverá a ver y a oír con motivo de la gira de reencuentro de 2007. 

A lo largo del documental, músicos, compañeros de viaje, técnicos de producción y sonido, amigos cercanos y distintos colaboradores nos acercan el personaje, mientras suenan las canciones, vemos las giras y una evocadora iconografía. Calamaro dice que «Bunbury escucha con los ojos abiertos», y Phil Manzanera, de los primeros deslumbrados por la fuerza avasalladora de Héroes, dice que Burbury «es como una fuerza de la naturaleza y sigue siéndolo». 
El artista
Se realiza un recorrido por los discos y las giras del grupo, con la ayuda del fino análisis de Pito, el mánager que los catapultó desde Madrid, se habla de ‘El mar que no cesa’, ‘El espíritu del vino’, de ‘Senderos de traición’ y de ‘Avalancha’, y es el propio Bunbury quien resume ese período así: «La música nos unió y la música nos separó. Era lo que teníamos en común».

A partir de ahí, Bunbury empezará a hacer algo que, en realidad, luego hará sistemáticamente en cada disco: se reinventa. Ariel Rot indica su espíritu de solista: dice que posee mucha personalidad y que siempre le ha gustado ir por libre. Y a la par, testimonio a testimonio, vamos viendo el complejo perfil del músico: posee una inmensa capacidad de trabajo, es muy receptivo y curioso, es un buscador de estilos diferentes y siempre está abierto a la experimentación y a la colaboración. Cada disco es la aventura de un viajero y de un explorador de los sonidos al que le gusta la playa en invierno, cocinar arroces e indagar en un sinfín de músicas: la música árabe o balcánica, la música italiana y francesa, el eco de Aerosmith o Gun and Roses, pero también se interesa por la música popular latinoamericana y la antropología; cuenta Lila Downs cómo Bunbury no hacía más que preguntarle cosas y cosas a su madre con auténtico embeleso. 

Esa atracción por lo nuevo ya se ve en ‘Radical sonora’, que opta por la música electrónica e intenta escaparse de Bowie y U2, que también flirteaban con esa estética. Y se seguirá viendo, con otros matices, en sus nuevos discos: ‘Pequeño’, -«un disco que se salvó por América» y por el cual debía responder a la cuestión: ¿dónde está Bunbury, el cantante eléctrico?-, ‘Flamingo’s’, de exquisita factura, donde rinde homenaje a su pasión por el boxeo como metáfora de la vida y a Perico Fernández, ‘El viaje a ninguna parte’, ‘Freak Show’. Y luego vendrían otras experiencias, no siempre fáciles ni lineales, y nuevos discos como el que hizo con Nacho Vegas, ‘El tiempo de las cerezas’, la gira con Héroes de 2007, nuevos álbumes como ‘Helville de luxe’ y ‘Las consecuencias’.

Dice Bunbury que se ha pasado horas y horas a la búsqueda de diferentes formas de sonar y confiesa que «tengo una pasión por el sonido. Mis discos dicen mucho de mí por cómo suenan». Loquillo recuerda que un artista debe crearse un personaje y trabajarlo y consolidarlo. Y eso es lo que ha hecho Bunbury, disco a disco, que sale muy bien parado de este «carrusel emocional» que le dedica Javier Alvero. Y sale bien parado porque es un investigador, un explorador, un seguidor de Errol Flynn, un enamorado del trabajo de los otros (y los otros son sus colaboradores, Copi o Ramón Gacías, por ejemplo, pero también son las músicas del mundo y los intérpretes anónimos), alguien dice que «las maquetas y los discos ajenos son su gasolina», y es un artista que sube a cantar y tiemblan las tablas, sucede algo que no sucede todos los días, como señalan Quique González y Loquillo. 

‘Bunbury. Porque las cosas cambian’ es, con su talento, con su voz y con sus melodías, Bunbury en estado puro. Bunbury entre amigos. Bunbury en el camino: como el zaragozano errante e incansable.







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